Cuando llega el verano, y esta vez lo ha hecho con una puntualidad germánica, me encanta prepararme refrescos de limón.
Debo ser muy rara y no me gusta la cerveza, con lo que me quedan pocas más opciones que la Coca- Cola y el tinto de verano.
Como a todas horas nos previenen más contra los azúcares de los refrescos embasados, cada vez me inclino más por tomarme tés con limón y con hielo.
Me encanta su sabor, y me parece de lo más entretenido todo el ritual de prepararlo.
Esperar que se haga la infusión y que esté un poco fuerte.
Exprimir el limón y mezclarlo bien con el azúcar.
Echarlo sobre el hielo que llena el vaso.
Y por último contemplar cómo se derriten las piedras heladas, al contacto con la bebida caliente.
Hay pocas cosas tan refrescantes y tan deliciosas.
El zumo de un limón, agua, azúcar y hielo hasta el borde.
Se agita bien, se espera un poco para que mezcle bien y el hielo empiece a derretirse y listo para tomar.
En honor al limón hoy me vestí de amarillo.
Pantalón y camiseta de crepe, para saludar a la nueva estación, para mimetizarme con el sol y para irradiar vitalidad.